«La fiesta de los muertos»

o La muerte nos sienta bien en América Latina como Editorial Nº 3


Google mediante, y poco más de 2 minutos de resignación, cualquiera sabe algo sobre cualquier cosa. Lo digo porque Adriana —nuestra flamante gestora editorial y curadora gráfica— me sugirió «algo más» para el Editorial Nº 3.

Algo más empieza en Google, y quizá hasta termine «allí». Que sea monopolio, pues allá ellos y de cualquier modo eso es otra cosa.

«Día de los muertos», buscar, clic. Interesante: uno de los resultados fue «Día de los difuntos», y entre las primeras ideas que «veo» destaca el mortífero etnocentrismo europeo-cristiano pues habla de una «festividad cristiana» que tiene su origen «en ritos paganos». Qué desfachatez, el mundo visto desde adentro siempre es más angosto. Los que se cobijan ciegamente bajo una doctrina, acusan, tachan, a las otras doctrinas. Los celtas quedaron fuera. Sigue así: «Los pueblos celtas comenzaban sus ciclos temporales por la mitad oscura: la jornada se iniciaba con la caída del sol, y el año con el principio del invierno. Así, con el Samonis, que equivalía a nuestro 1º de noviembre, los celtas iniciaban el año con diversos festejos que concluían con 'la fiesta de los muertos'».

Todo comenzó, seguramente es evidente, con el título del nuevo libro de Norberto José Olivar, con el cual abre este número: Cadáver exquisito. Pero en realidad fue el final lo que me permitió comenzar. Me di cuenta que Manuel Sacristán Luzón es el primer muerto a quien le publicamos en la Revista Latinoamericana de Ensayo. (Recuerde el amigo lector que desde el Nº 2 comenzamos, como Edición especial, a incluir la publicación de algunos clásicos de la literatura y las humanidades, y bajo esa liturgia llegó Sacristán.) Y es su presencia fantasmal —de Sacristán, y cuyo apellido no deja de ser evocador— la que me dio el tema.

De inmediato se partieron en dos las aguas, o, si usted lo prefiere, se abrieron las puertas del infierno. Fue en ese lugar impúdico de la casa, al final del pasillo, a la izquierda, en la zona oscura, donde «Vi» la constante. En «Utopía del beso», el poemario de Betsaí Ekmeiro, la palabra muerte —como tal, en bruto, libre de conjugaciones y otros acomodos— se cuenta al menos 7 veces, y otras 2 en aquellas «Palabras in/necesarias», para sumar el hierático y a la vez rocambolesco número 9. Betsaí enfrenta la muerte de manera retadora, pero a la vez con hastío e indiferencia: «Y qué si la muerte pasea y pasea / mientras los infieles se alejan encadenados al llanto con la sonrisa muerta.»

¿Cómo se le ocurre a alguien comenzar con una «continuación» de una exitosa novela (corta) de uno los más soberbios cultores de la muerte? Kafka, que consideraba «el arte en relación con la muerte», mata a Gregorio o a lo que quedaba de él o, en definitiva, a la versión evolucionada de Gregorio: «su hocico exhaló débilmente el postrer aliento.» El sacrílego relato de Oswaldo Cortez comienza con la vuelta de Gregorio a casa. Oswaldo lo hizo regresar de la muerte —además, lo hizo venir dormido y soñando, como muerto, pues— para escandalizarlo con las trivialidades mezquinas de la vida. Pero irremediablemente, el hijo modelo de los señores Samsa —el Gregorio que critica, con la precisión de la máquina, al capitalismo febril de principio del siglo xx— tendrá que regresar a la muerte.

Sacristán es filósofo para la vida. Crítico del «humanismo clásico, que desconoce a los hombres» para rendir, «en cambio, tributo al Hombre», en abstracto, Sacristán sí pone la filosofía al servicio de los muchos hombres, de todos los habitantes de una ciudad; pero al mismo tiempo, Sacristán es resucitado, una vez más —en julio-agosto de 2010— por la mítica revista El Viejo Topo, que en octubre de 2010 abrió con una emblemática carátula.


A lo que se niega Antonio Pasquali —que anuda ensayo y erudición— es a la muerte de «La Ciudad». A su muerte por asfixia, bien podría haberlo dicho la elegante y oscura Jacqueline Goldberg de Una sal donde estoy de pie, pero que sí dijo dos cosas: «Como escritora, desde hace mucho estoy muerta. Muerta por juicio» y que, ya cercana a Pasquali, también habla de fugarse «sin aferrarse a esos muros / sostenidos en la carne a fuerza de ciudad.» La ciudad de Pasquali —Caracas— muere por falta de los vasos comunicantes que sí tenía el viejo y funcional «trazado hipodámico» que venía desde los días fundacionales de la ciudad colonial hispana. El trazado hipodámico se perdió en una orgía de construcciones de edificios y urbanizaciones cerradas, y dio lugar a un déficit.

Mientras Ángel Lombardi —en su conversación con Miguel Ángel Campos— afirma que «La muerte estratégica del petróleo está decretada» y que «todo apunta a que en 20 o 30 años al petróleo le pudiera suceder lo que le pasó al carbón», los dos reconocidos ensayistas venezolanos reflexionan sobre el papel del intelectual para la vida y sobre la —¿cómo decirlo: muerte de la o la nonata…?— modernidad en Venezuela.

Harold Bloom y otros tantos no podrían haberlo dicho mejor en cuanto a cómo el futuro construye el pasado. Si un ensayo es adecuado para esta pesquisa postmorten, que también pretende funcionar como editorial, es «'Wag the dog'. La opinión de los dueños de la sociedad», de Alexandra Perdomo. Sobre todo por el título que a esa película —«Wag the dog»— se le dio en América Latina, y que es excusa para desmenuzar, de nuevo, y también bajo la mirada corrosiva de los dos decenios —¿la mecánica o la dinámica de?— «la opinión pública». Stanley Motss vivirá en carne propia el por qué a esta película también le llamaron «Mentiras que matan». En el centro de «la angustia de las influencias», se encuentran ensayista y editor.

El tema del bicentenario de la independencia vuelve, y seguramente no dejará de estar presente. Aravena hace su particular recorrido por lo que podríamos llamar el rosario de las antologías del descontento en América Latina. Aravena nos muestra —y es él quien nos lo dice— con una «crítica extrema», al Chile que, para Recordar a Conrad Bream, no sale en televisión. Critica, pues, a los gobiernos neoliberales del Chile de hoy y ayer, pero también al gobierno de ayer, justo ayer, que habiendo sido tan neoliberal, hoy se dice representar —¿desde la oposición?— a la izquierda de su país. Armando Aravena Aravena hace las preguntas que no están respondidas desde el poder, y no escapa a la palabra sibilina de este número: muerte.

Marcelo Colussi me felicitó por haberme atrevido a publicar su ensayo, debido a su crítica, también extrema, a la presencia de la potencia hegemónica global, Estados Unidos, en lo que podemos nombrar su particular lebensraum. Llegué a este ensayo con la mirada puesta en si lo que hubo en Ecuador fue golpe de Estado o la apariencia de uno más. La verdad ya no me asombra si hubiera sido lo segundo, convencido como soy de que los ejecutores del poder —de cualquier color económico, político, religioso, doctrinario— hacen, con Maquiavelo, «lo que sea» para sostenerse en el poder. Si algo escatológico dice Colussi en su extremo ensayo es para qué sirven los militares en nuestra América Latina.


Ya antes había publicado, sobre papel, este ensayo académico: «El debate en la historiografía marxista anglosajona en torno al concepto y análisis de clase». Si lo traigo ahora a este plano, es por la contundencia que Alejandro Estrella tiene al escribir, lo que —sabemos— no es común cuando de academias se trata. Lo más cercano que este ensayo está de nuestra palabra pretexto de este número es la explotación a que el capitalismo somete al trabajador. Decida el lector distancia, simetría, «combinaciones y variaciones». «El reino es el reino de la confusión».

Copiando a Sepúlveda y a Petroni llegamos al Arte Política que no dudan en asociar con el «Arte poética». Si bien tampoco hablan de muerte, sí hablan de las «crisis recurrentes y muchas veces autoinducidas», de orden hegemónico y de lo que no puede subvertir las relaciones de producción; así como de la inestabilidad constante «de la cultura burguesa» «en el terreno de la vida». Pero, sobre todo, hablan, para negarlo, de magnicidio que se nos antoja relacionar —sólo por capricho y acomodación necesaria— con la muerte del poder. Y hablan del escándalo provocado, como si se hubiera tratado de haber «comenzado la broma» que da título a la «29va Bienal de Sao Paulo 2010. I started a Joke».

Una mujer habla, con admiración y respeto, sobre dos mujeres. Un tema, aunque postrero: la muerte. Jacqueline Goldberg, a quien ya citamos, quien ya dijo haber muerto por juicio, ubica a Victoria Ocampo y a Hannah Arendt frente a sendos juicios de nazis. Banalidad y vanidad se juntan, en algún cruce —el mal—, entre los cuarenta y los sesenta del siglo veinte.

Llegamos, finalmente, al principio, y a la única entrada —y destaco «Entrada» para recordar que tan solo, y aunque no lo parezca, estamos dentro del blog— en la que no tenemos que violentar nada para encontrar nuestro tema: Cadáver exquisito.
 


J.L. Monzantg
rlde.ensayo@gmail.com

2 comentarios:

  1. Excelente articulo, de verdad que me quedo mudo ante tal definición y descripción.

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  2. Ya lo he leido, y no haré ningun tipo de comentario u opinión al respecto. La intriga, quíen sabe, es mejor en muchos de los pocos casos.

    Gina Berríos.

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