I started a Joke. Bienal de Sao Paulo 2010

Jorge Sepúlveda T. e Ilze Petroni 
Sao Paulo, Octubre 2010

Hay ilusiones e ilusionistas. Hay fábulas y confabuladores. Hay feligreses y desencantados. El común denominador es que todos reconocemos que hay algo llamado «arte» y otra cosa llamada «política». También reconocemos las combinaciones y variaciones entre los términos: arte política, arte político, arte y política, política del arte, artisticidad (estetización) de la política.

Lo que parece es que ahora ninguno de nosotros sabe muy bien cómo llenar a estos significantes de significado, mucho menos de sentido. El reino es el reino de la confusión. El tuerto es rey.

Las nociones de arte y política están —desde hace casi un siglo— en crisis. Estas crisis recurrentes —y muchas veces autoinducidas— se han convertido en su método de producción de objetos, relaciones, nociones y estructuras de pensamiento.

Es decir, ciertas rupturas —el señalamiento duchampiano; la revolución rusa, los fascismos, el postcapitalismo, etc.— nos compelen al análisis, a la puesta en cuestión, al discernimiento y finalmente a la formulación de juicios argumentados sobre los hechos/fenómenos, a la vez que exceden en objetos que saturan los campos.

Pero cada interpelación ocasiona también su forma de ser obviada, complejizándose. Al convertirse en slogan (y en lenguaje de emprendedores) la noción de «crisis como oportunidad» se transformó en pancarta de cualquier lucha. Y acarreó en este coaching funcionalista el desprestigio de sus funciones efectivas.

Nosotros sostenemos que, debajo de este mecanismo argumentativo, subsisten las crisis como espacios de contienda que se resisten a ser simbolizados y que, por lo tanto, exigen tomas de posición y de decisiones efectivas. Puestas en práctica.

Bajo el lenguaje del sentido común (y la razón práctica) estas crisis continúan siendo un campo de lucha, de una lucha material y simbólicamente inicua. En ellas corre sangre, sudor y semen.

Estas crisis que no son estado de excepción. Son la constante. Porque nos atraviesa la falta de suturas parciales de sentido, de estabilidad para poder comunicarnos. Lo que nos atraviesa —y nos constituye— es precisamente esa inestabilidad hermenéutica.


Hace unos días nos preguntábamos si la entrada del arte política en una bienal (o a los museos) actúa como una modulación del descontento. Esta hipótesis nomina nuestra crisis.

Mientras conversábamos sobre esto —tras la conferencia de prensa—, recordábamos la crítica ideológica sobre la función social de los objetos culturales que justamente denuncia ese carácter afirmativo y contradictorio de la cultura burguesa que, al no cumplir su promesa de felicidad, verdad y libertad en el terreno de la vida —subsistencia— material de los hombres, encuentra una salida virtual a la opresión/alienación confinando dichos ideales a un espacio desligado de la existencia diaria, es decir: la religión primero y el arte, después[1].

Si ya sabemos que el arte —en cualquiera de sus manifestaciones— sólo funciona en términos sociales como modulador y regulador del malestar y el descontento —hasta caer, incluso, en funciones narcotizadoras— es preciso reconocer su funcionalidad en relación con el orden hegemónico y esto porque no logra —aunque lo busque— subvertir las relaciones de producción (económicas, políticas, culturales). Además porque el trabajo crítico queda confinado estrictamente a su aplicación en los productos —los objetos de arte—. Participar entonces de una bienal es participar de la institucionalidad dominante en y del arte. Más allá de lo que allí se exhiba. Los objetos son accidentes del despliegue de un sistema.

Eso lo saben sus organizadores (la fundación y el equipo curatorial convocado) y los artistas seleccionados. Ser público (general o de prensa) implica también participar de —o reproducir— esa creencia. Mal que nos pese.

Vale preguntar: ¿por qué tanto revuelo en relación con la obra «Inimigos», de Gil Vicente; «Bandeira branca», de Nuno Ramos y «El alma nunca piensa sin imagen», de Roberto Jacoby?

Los dibujos de Vicente no son magnicidio. No hay representación alguna de sangre y hace rato que sabemos que «esto no es una pipa». ¿Cuál es la indignación? ¿Estamos frente a un minority report? [2].


Los cuervos de Ramos fueron cedidos por el Parque dos Falcões bajo expediente y con un responsable técnico y un auxiliar permanente encargado del bienestar de los animalitos mientras se encuentren artisteados.
La instalación relacional de Roberto Jacoby buscaba ocasionar esas consecuencias. Roberto (creador de proyectos editoriales como Ramona, Bola de Nieve, Proyecto Venus, entre muchos otros), entiende de qué manera se estimula y excita a los medios de comunicación masiva.

Las consecuencias deseadas forman parte de la lógica de despliegue de la obra. Una estrategia pasivo-agresiva para obligar acciones que luego llamaremos censura.

Ellos sabían a priori de la prohibición de la Justicia Electoral brasilera. En la sala de prensa de la Bienal, uno de los miembros de la Brigada nos lo confirma.

En resumen, estamos frente a acciones-petardos que se encienden para que exclamemos ¡censura! ¡Derechos humanos a los cuervos!

Porque la indignación moral genera adhesión automática.
Porque la sola acusación constituye el veredicto.

El ficcionamiento resulta de este modo pornográfico. No son más que fuegos artificiales, el mucho ruido y pocas nueces. Es que de los tres trabajos se esperaba el escándalo. Y todos pisamos el palito.

Justamente porque el escándalo —mediático— rentabiliza. Es un win-win.

En el caso de la organización de la 29va Bienal se cumple su promesa. ¿Qué mejor manera de afirmar que arte y política son —«en términos amplios»— una y la misma cosa? ¿Qué mejor manera de hacer justicia al título de esta edición de la bienal?

Para los artistas involucrados es un modo de generar mayor visibilidad y, por lo tanto, de aumentar el valor de sus productos. Valor no sólo económico, sino —y por sobre todo— simbólico.

Lo sucedido viene a reafirmar la ilusión y empoderar a los ilusionistas. Reactualizar la fábula y fortificar a los confabuladores. A los feligreses les renueva la fe y a los desencantados les acrecienta el hastío.

Todos contentos.



Notas:
  1. Tras la crítica de la religión de Marx, la tradición marxista dio lugar a las críticas socio-culturales de Lukács, Adorno, Horkheimer, Marcuse y Bürger sobre la función social del arte.
  2. Minority Report en IMDB http://www.imdb.com/title/tt0181689/

Nota:
Llamamos Arte Política para ampliar la noción en uso y diferenciarla de las pre-existentes Arte y Política y Arte Político. Usamos Arte Política en referencia al uso que se le da a Arte Poética: una producción que es simultáneamente obra e investigación sobre el modo de hacer obra.


Artículo y fotos publicadas originalmente en Curatoría Forense, y foma parte de la cobertura especial de la 29a Bienal de Sao Paulo.

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