Brasil: Ecos de la desigualdad

Desigualdad económica y social en los trópicos

Pedro de Queiroz Guzmán
Rio de Janeiro, Septiembre de 2010

Introducción: La economía en la era pos-colonial
La autonomía política y económica ha llegado con largo retraso en América Latina. Sus procesos de emancipación de las metrópolis tuvieron el nacimiento concomitante a la revolución industrial europea, y demarcaron un nuevo proceso de dependencia económica que, por su vez, se aprovecharía de la fragilidad que las nacientes repúblicas tenían para auto-administrarse. Éstas se emancipan oficialmente, pero doblegándose a los intereses de los países económicamente influyentes, que pasan a ejercer lo que Florestan Fernandes nombra como un «segundo tipo de colonización» (1), pues se cambian de cabezas coronadas para imperios económicos, que ejercen su influencia directamente en las decisiones locales.


Para Florestan Fernandes (p. 14; 15), por ejemplo, son tres los factores explicativos para la caída del sistema colonial: Un patrón de exploración en que la estructura económica de las metrópolis se torna insostenible; la lucha entre las economías europeas por el control de las colonias y la reorganización de las economías en consecuencia de la revolución industrial.

«Las nuevas tendencias emergieron gradualmente; sin embargo, los cambios en los patrones existentes de dominación externa se tornaron evidentes luego de la cuarta o quinta década del siglo XIX, convirtiéndose en una realidad inexorable en la últimas décadas. Las influencias externas comprendieron todas las esferas de la economía, de la sociedad y de la cultura. No solamente a través de mecanismos indirectos del mercado mundial, sino también a través de la incorporación maciza y directa de algunas fases de los procesos básicos de crecimiento económico y de desenvolvimiento sociocultural. Así, la dominación externa se tornaba capitalista y el capitalismo dependiente surge como una realidad histórica en América Latina» (Florestan, p. 16).

Sin poder concluir su proceso de industrialización, se convertirían en eternos dependientes. El inmovilismo económico, por lo tanto, era estratégico en estos países. Se configurarían como mercantilistas, exportadores de materias primas, conservando básicamente la misma estructura económica colonial. Los cambios necesarios para una autonomía frenaban en la plena falta de interés político de las élites, que se aprovechaban cómodamente de la dependencia. Por lo tanto, la integración económica y política se hacía imposible, ya que los intereses de las capas privilegiadas eran tratados como intereses supremos de la nación.

–Aunque este sea un tema bastante prolijo, el presente trabajo no pretende ser exhaustivo; más bien, pretende analizar, desde el ejemplo brasileño, lo que hace tan contradictorias las economías latinoamericanas: La concomitancia de prácticas aristocráticas del pasado, diluidas en actitudes secularizadas, todavía comunes en el presente. Se analizará hasta la década del 1980, que en la práctica fue la peor y más extenuante para la sociedad brasileña.

La base del subdesarrollismo
En la década de los 1960, algunos autores, muchos de ellos economistas y sociólogos, vinculados a órganos como la CEPAL (Comisión Económica Para América Latina y el Caribe), entre otros, se propusieron comprender los orígenes del subdesarrollo en América Latina. Algunos lo veían controlado por los intereses externos, otros en la propia estructura colonial que, centrada en los intereses de las élites, se mantenía a lo largo de muchísimas décadas.

Se entendía, para estos teóricos, que el esfuerzo necesario para alterar la infra-estructura no compensaba a las élites económicas, de manera que éstas eligieron quedarse con un papel económico secundario (Florestan, p.16).

Al momento se vivía el auge de la guerra fría, y las disputas ideológicas eran claras. Sin embargo, hay cierta complejidad para distinguir entre quienes defendían una posición política vinculada a cambios reales y los autores que reiteraban la imposibilidad de fuga de la dependencia económica. Es decir, no había quienes se opusiesen a la necesidad de algún «progreso económico». La disputa, más bien, estaba en cómo y a qué costo se iba a traerlo para Latino América.

Los economistas más conservadores tasaban de irresponsables los pensamientos de autonomía sobre las grandes potencias, por creer en una naturaleza económica predestinada al subdesarrollo. Pero los defensores de la «tesis del imperialismo» creían en una evolución desigual, gracias al propio subdesarrollo económico: —Unos serían ricos porque otros eran pobres. Estas frágiles economías se controlarían desde afuera, tomándose como negocios grandes y rentables.

«En Inglaterra, por ejemplo, todos los posibles cambios económicos, sociales y culturales se convierten en puros negocios —las actividades de los Estados Nacionales para la construcción de un infra-estructura económica, la especulación inmobiliaria en áreas rurales y urbanas, la diferenciación o la expansión de sistemas de comercio, de producción, de transporte, de trabajo, de salud, de educación, etc. El control financiero de las emergentes economías satélites se torna tan complejo y profundo que se refunde el esquema de exportación-importación, para incluir la «integración» del comercio interno, la protección de los intereses rurales o de la modernización de la producción rural, la «introducción» de industrias de bienes de consumo, la «intensificación» de operaciones bancarias, etc. En resumen, se convirtieron las economías dependientes en mercancías negociables a distancia, bajo condiciones seguras y ganancias muy altas» (Ibídem, p.17).

Serían los puntos definidores del Imperialismo Total que, para Florestan Fernandes, consiste en organizar la dominación externa desde adentro y en todos los niveles del orden social; es decir, desde el control de natalidad, la comunicación y el consumo en masa hasta la educación y el trasplante de tecnologías o instituciones sociales (Ibídem, p.18)

Brasil, un modelo dualista de subdesarrollo
Cada país tuvo alguna especificidad en su proceso de construcción del capitalismo. Sin embargo, en algunos países, como México, Argentina y Brasil —por haber tenido cambios más radicales que los demás países de América Latina, y, por su vez, tener más contrastes—, este proceso se acentúa, demostrando más a fondo las características de la dependencia de las economías locales. (2)

Estos contrastes se encuentran en el dualismo (Bresser, p.26), que en Brasil va a ser producto de la coexistencia del capital mercantil, marcado por fuertes rasgos pre-capitalistas, con el capital industrial, y por la incapacidad de éste último absorber la abundante fuerza de trabajo existente en el primero. Hasta el surto industrial de los años 30/60 del siglo XX, la economía brasileña se caracterizaba como una empresa comercial, dedicada a la agricultura de plantación: El país exportaba mercancías primarias (caña, oro, café), lo que caracterizaba los rasgos predatorios de una acumulación primitiva mercantilista, sin preocupación con progresos técnicos (Bresser, p.12).

La industria brasileña sólo gana verdadero impulso con la crisis de los años 1930. Antes su importancia era marginal, básicamente por el hecho del capital local estar en las manos de las oligarquías del café, más inclinadas para las ganancias del capitalismo especulativo.

Para Bresser Pereira, quienes hicieron la revolución industrial en Brasil fueron los inmigrantes europeos y sus descendientes, y no las élites agroexportadoras o el capital extranjero. La vieja mentalidad perduraría por muchísimos años (3), por ser un país latifundista (de carácter capitalista).

Las élites locales conservaron el poder y status que la posesión de tierras les proveía en los tiempos de colonia. Se trata de garantías que el latifundista tiene con respecto a su patrimonio, que a su vez tiene el apoyo de los gobernantes —también dueños de tierras— para que sigan explotando los productos primarios. El subdesarrollo brasileño, por lo tanto, subsiste por la continuidad de las prácticas económicas advenidas desde la colonia.(4)

En la visión de algunos intelectuales, la raíz del subdesarrollo brasileño no se encuentra en su fase primario exportadora, o en la división internacional del trabajo, sino en la fase colonial misma, que caracteriza la colonización del país como mercantil, y no de poblamiento.

Esclavismo en Brasil: la sobreexplotación del excedente
En comparación con el proceso de acumulación primitiva de las potencias europeas (siglo XVIII), en Brasil el proceso inicial de acumulación se agota prácticamente dos siglos después, por otras circunstancias políticas puntuales, como el agotamiento de los modos de producción vigentes; la pérdida del mercado consumidor, debido a las sucesivas guerras en Europa, así como la crisis económica que explota en los años 1930. El primero se da con la abolición del esclavismo, en 1888, y con la necesidad de emplearse mano de obra, cobrando un sueldo por su labor. Concomitante a este proceso, llegan las primeras grandes oleadas de inmigrantes europeos (trabajo libre) al territorio brasileño, en busca de las plazas de trabajo dejadas por esclavos en las haciendas, incentivados, asimismo, por medidas políticas del gobierno.(5)

Fue un proceso bastante complejo, puesto que el trabajo esclavo en Brasil pertenecía al proceso mercantil de acumulación primitiva. Mejor dicho, la esclavitud era el origen y el fruto de todo el que se había construido en el país. Las ganancias sobre los productos brasileños derivaban de la sobre-explotación del excedente producido por los esclavos, y de la diferencia entre el valor y el precio atribuido a los primeros por la especulación que las largas distancias les atribuían. De manera que la violencia fue el factor principal de apropiación del excedente de la producción en Brasil.

Aparentemente, el fin del esclavismo sería la palanca para un nuevo proyecto de país. A su continuación, en 1889, se ha proclamado la república —una suerte de liberalismo fisiocrático—, que ha traído cambios a la economía nacional, pero, como de costumbre en Brasil, sin la efectiva participación popular.
Se crean, en tanto, estrategias para reemplazar las pérdidas económicas con la abolición de la esclavitud. Gana mayor importancia la economía agrícola —con el Café, principalmente—, pero sin haber grandes innovaciones cualitativas en su cultivo.

A partir de 1896, el manejo de la parte del Estado con los negocios del café (6) va a condicionar, en gran medida, la evolución económica del país (Prado Junior, p. 229). Excediendo en sus riesgos, la especulación comercial sobre los insumos exportados fue una de las estrategias que el Estado ha asumido sobre la situación comercial de los productos. Éste fue un factor de gran importancia, no particularmente en el sector de la producción y del comercio cafetero, pero, en general, de la vida económica y financiera del Brasil: Al depender, como dependía, de su principal producto, el país sufrió todas las contingencias por las cuales pudo pasar.

Teniendo inflada la burbuja especulativa de los precios del café, y con las disputas entre las economías europeas, luego del crack en Nueva York en 1929, se ingresaba en una nueva fase política y económica en Brasil.

Años 1930, la crisis general del imperialismo: Una suerte de industrialización en Brasil
Luego del crack de la bolsa de Nueva York, en 1929, y como consecuencia del colapso de las oligarquías agrarias brasileñas (7), se abre el espacio para desarrollarse el capitalismo industrial. La revolución de 1930, en Brasil, liderada por Getulio Vargas, es el marco de esta restructuración.

La producción para el mercado interno fue la solución para la sensible caída de las importaciones y exportaciones.(8) La crisis política y económica generada por las dos guerras, hasta los años 60, caracteriza el período de sustitución de las importaciones.

El patrón mono culturista brasileño era, per se, destructivo para el desarrollo del país. La razón para tanto se comprende fácilmente: No poseía condiciones para un crecimiento auto-sostenible, para la integración nacional de la economía y la rápida industrialización.(9)

Los esfuerzos del gobierno «revolucionario» de Vargas, por lo tanto, iban dirigidos a invertir las ganancias (transferir los recursos advenidos del café) para construir la infra-estructura fundamental a la industria, consolidando bases que fijasen una autonomía frente a la crisis económica generada por las dos guerras. (10)
Se intentaba, a través de expedientes improvisados y oportunistas, imitar una suerte de revolución burguesa en moldes europeos.

A la vez que el flujo de capital externo y el control financiero se daba con la disputa multinacional, controlada por el mercado mundial, se tomaban en el país algunas medidas proteccionistas, directas o indirectas: –«La transferencia del café para la industria, por medio del confisco cambial, fue fundamental para la industrialización brasileña del período 1945-1960. Con esto se establecía una moneda nacional fuerte y valorizada para la exportación de productos primarios, especialmente el café, cobrándose un impuesto disfrazado a los exportadores. Si, por ejemplo, cada dólar exportado valía $100 cruceros, se daban solamente 40 cruceros al exportador. Con esto, en cada exportación-importación se transferían 60 cruceros por dólar del exportador de productos primarios al importador de máquinas e insumos industriales» (Bresser, p.52).

Una industria nacional paradójica
En los años 50, una vez alcanzada la segunda etapa del proceso de sustitución de importaciones, el Estado brasileño permite la libre entrada de empresas multinacionales, asumiendo, también, su papel de gran incentivador del proceso que Bresser Pereira define por «subdesarrollo industrializado»(11), que asume las principales características de un capitalismo monopolista y dependiente.

A lo largo de tres décadas, la industria nacional se transformaba increíblemente.(12) Algunos teóricos del subdesarrollismo (Bresser, p.25) consideran paradójica su formación, entre otras cosas por querer industrializarse, a la vez que conservaba los bajísimos niveles de educación en el país. Su consecuencia es la baja o intermedia productividad del trabajo y, a su vez, la perpetuación de la dependencia. En comparación con los países desarrollados, siendo la producción (auto-suficiencia) de un obrero brasileño intermediaria (y no bajísima), se instaura la paradoja de Brasil ser un país industrial y subdesarrollado. (13) Es decir, al ser intermediaria la productividad, la renta también lo es. De esta manera, la economía interna no podría moverse más que tímidamente.

Preámbulo para un golpe de clases
Un conjunto de fuerzas conservadoras reaccionaba en contra de los avances estatales sobre la economía. Ésta, a su vez, según las ideas liberal-conservadoras, debería perder su carácter estatizante y dejar de equilibrarse con las inversiones del gobierno, pues, además de drenar las ganancias de la industria para el Estado, su resultado sería el endeudamiento a largo plazo. Asimismo, el proyecto de autonomía sólo interesaba a las capas bajas de la sociedad, lo que se veía con mucha cautela, cuando no con rechazo, por la parte conservadora de la burguesía nacional. Los cambios económicos y sociales en las dos décadas anteriores (40/50), posibilitaban afirmar que el país «experimentaba», efectivamente, la democracia. Los movimientos artísticos y sociales de contestación; la polarización ideológica de la guerra fría, así como las dos revoluciones populares de China y Cuba, señalaban una transición posible, que asustaba a los defensores del status quo.

En el año 1961, renuncia el entonces presidente brasileño Jânio Quadros —después de intentar un golpe en que esperaba obtener el apoyo popular (Auto-golpe). Éste último falló y, alegando motivos poco contundentes, pero ya débil, Jânio Quadros abdica. Le sustituyó su vicepresidente, el laborista João Goulart (Jango), ex ministro del trabajo de Vargas, hecho que ha generado enfado entre los segmentos ya contrarios al populismo varguista (14), puesto que Jango, en la esperanza popular, traería reformas como la distribución de tierras y la división de riquezas (reformas de base).

Atentos a los cambios en Brasil desde los impulsos económicos de la era Vargas, y, asimismo, preocupados que se repitiera la experiencia cubana, los Estados Unidos fomentaron un fuerte soporte ideológico, en Brasil, financiando instituciones como IPES/IBAD (15), les encargando de desestabilizar el gobierno oficial, además de articular el aparato político e ideológico (16) para los militares, en 1964.

Estas instituciones, según autores como Dreifuss, se comprenden como los verdaderos partidos de la burguesía (en su sentido gramsciano), su Estado-Mayor para la acción ideológica, política y militar. —¿Qué más podría significar esto si no la incredulidad misma —cuando no el desprecio— que las élites orgánicas nutrían por los partidos políticos, comprometidos, en grado mayor o menor, con un Estado populista y tradicional? Sin embargo, este desprecio era relativo, a la vez que se reconocía la importancia del Poder Legislativo como esfera legitimadora. —Lo que queda patente en la acción agresiva del IBAD, en los diversos lobbies para las campañas electorales de 1962, en todo el país (Benevides, ibídem).

Ya desde la asunción de Jango, en 1961, los Estados Unidos fomentaban ideológicamente un golpe de Estado en Brasil, teniendo respaldo político de fuerzas vinculadas a la burguesía conservadora, ya descontenta desde el gobierno JK (Juscelino Kubitschek), como el propio IPES y la UDN (Unión Democrática Nacional), liderada por Carlos Lacerda que, en entrevista dada a Julien Hart —correspondiente en Brasil del periódico Los Angeles Times—, sugería una intervención estadounidense en la política brasileña. Esto ha causado una crisis política entre los ministros militares, que solicitaron al Congresso el «estado de sitio» así como la prisión inmediata de Lacerda.(17)

João Goulart encontraba dificultades en gobernar, por la necesidad de conciliar intereses antagónicos entre los amplios sectores de la sociedad, como la burguesía, las clases medias y los sectores populares. En medio de la lucha por reafirmar su credibilidad, Jango pierde el apoyo de las masas —fundamental para su estabilidad—, debido a su demora para la implementación de las «reformas de base». Los grupos de izquierda, incluso su partido mismo, el PTB (Partido Trabalhista Brasileiro), empiezan a distanciarse del gobierno, actuando en protestas reivindicativas. (18)

Dreifuss defiende la tesis del golpe de 1964 como una estrategia bien sucedida de «desestabilización» del régimen populista de João Goulart, por la acción de una élite orgánica —formada por empresarios y tecno-empresarios, intelectuales y militares, representantes de los intereses financieros multinacionales y asociados— ejerciendo su poder de clase. El papel relevante comúnmente atribuido a las Fuerzas Armadas, así como a la «tecno-burocracia», pasa a atribuirse a los empresarios y banqueros. El complejo IPES/IBAD sería el núcleo activo de este «golpe de clase», cuyos objetivos serían, entre otros, restringir la organización de las clases trabajadoras; consolidar el crecimiento económico en un modelo de capitalismo tardío, dependiente, con altos grados de concentración industrial, integrado al sistema bancario, y promover el desarrollo de intereses multinacionales, asociados en la formación de un régimen tecno empresarial, «protegido y apoyado por las Fuerzas Armadas» (Benevides, ibídem).


Anclado en los intereses de la burguesía nacional, el IPES necesitaba crear una alternativa urgente a las reformas de base del gobierno de Goulart. Para frenar los ánimos de las alianzas izquierdistas de apoyo al presidente, el órgano proclamaba apuro en formular estrategias «anti demagógicas» y «anti-estatizantes» para el Estado. Los planos de la burguesía brasileña para la entrada del capital multinacional, sin embargo, solamente se desarrollaron bien en el gobierno del General Castello Branco, 1964-1966. Los empresarios que han participado activa u orgánicamente de la asunción del régimen en el 64, favorables a la amplia privatización, sumergieron en una oleada estatizante que se armaba ampliamente. (19) Es decir, si uno de los objetivos del IPES era formular tácticas de conciliación con el capital extranjero, con la entrada de empresas multinacionales en nombre, incluso, de una oposición férrea al capitalismo de Estado (20) (identificado como proyectos «populistas»), su golpe salió al revés. Mejor dicho, a los inversores extranjeros les interesaba, más que todo, la estabilidad política, aliada a la eficiencia gubernamental. ¿Por qué a ellos les interesarían las propuestas del IPES, que se movían contra el capitalismo de Estado? A las multinacionales les interesaba, en un país en desarrollo, que el Estado asumiera un papel empresarial fuerte (21), encargándose de las grandes obras de infra-estructura. En este sentido se comprende la frustración de algunos empresarios nacionales con «el desvío de ruta de la Revolución».(22)

Golpe de 64: La victoria de los bancos y el mercado interno
Autores como Florestan Fernandes y Celso Furtado identifican la presencia de una suerte de «capitalismo dependiente» en Brasil, por percibir que la industrialización no eliminaba, necesariamente, el subdesarrollo.(23) Por esto es imprescindible atentarse a los recursos puestos en escena (presiones políticas e ideológicas), que van a resultar en el golpe militar de 1 de abril de 1964.

La crisis económica de 1962 es el ápice para el golpe, y se da por el sumatorio de diversos motivos: En la expansión económica anterior hubo un crecimiento excesivo de la industria de bienes de consumo durables, con relación a la capacidad de compra de las capas medias tecnoburócratas y burguesas, ya que en dicho período la renta se concentraba básicamente en la cúpula capitalista. En consecuencia, de súbito, las empresas ya no tenían a quienes vender. En segundo lugar, se agotaba el modelo de sustitución de importaciones, y los empresarios todavía no habían encontrado un proyecto viable de inversiones para realizar. En tercer lugar había una crisis política en el país que dejaba a los capitalistas muy inseguros. Asimismo, el Estado había realizado inversiones excesivas durante el Plan de Metas, del presidente Juscelino Kubitschek, y tenía sus finanzas colapsadas, sin poder mantener el ritmo de inversiones gubernamentales (Bresser, p. 119/120).

En su plan político, el golpe pretendía sustituir la alianza populista (el modelo antes favorecido por la industrialización sustitutiva de importaciones) por la unidad entre las burguesías mercantil e industrial, derrochadas en la fase populista; aliándose, asimismo, a la tecno-burocracia pública, privada, civil y militar, así como a las industrias multinacionales (24).

Luego del golpe se operan políticas económicas de Estado en múltiples planes. —Para empezar, se aglutinan los intereses de dichas partes del capital (la Nueva Alianza) al ámbito del mercado y sus formas de operación, oponiendo el (gran) capital monopolista al (medio) capital no-monopolista. Es decir, el golpe de 1964 ha representado la victoria de una política económica de vertiente concentradora y centralizadora del capital en sus variados frentes de actividad (industria, bancos, comercio).

La política económica de los gobiernos militares, por lo tanto, privilegia a los intereses del capital bancario en detrimento del sector industrial nacional; esto se percibe en las tendencias de orientación monetarista del equipo económico del ministerio (25). Otra característica del sistema hegemónico en el Brasil pos-1964, ya mencionada en este texto, fue la oposición entre intereses extranjeros e internos en el país. En este ámbito se puede decir que las políticas económicas estuvieron más a favor del capital nacional que del extranjero: Al analizarlo, se puede demostrar la fuerza que tenían los sectores internos, al resistir, hasta el gobierno del General João Baptista Figueiredo, a los mandos del FMI. Por lo tanto, el juego de intereses hegemónicos del período se centra en el gran capital de los bancos nacionales, la burguesía monopolista y la burguesía interna misma, inmensamente privilegiados con el golpe.

Por el país estar estancado en una deuda interna y externa, advenida desde los planes de metas del gobierno JK, una dictadura militar les caería como un guante para las élites golpistas, que hicieron lo posible e imposible de sus prerrogativas; por esto se sostiene tratarse, más bien, de un golpe de clases. La propuesta cínica era que se necesitaba «arreglar la casa».

Luego de un período inicial de recesión, que va de marzo de 1964 hasta fines de 1967, se remodela el sistema financiero en Brasil, teniendo en mente la estabilidad monetaria, así como recuperar la capacidad fiscal del Estado. El país inicia, en 1968, un período de fuerte expansión económica.

Bajo estas medidas, hasta 1973, Brasil vivió una fase sospechosa de crecimiento económico. El PIB brasileño, por ejemplo, creció a un promedio anual por arriba de 10%, la inflación ha oscilado entre el 15% y 20% al año, y la construcción civil ha crecido a un promedio del 15% anual. Delante de tales resultados, se crea el mito del «Milagro Económico Brasileño»; y es cuando pasan a llamar su «artífice», Antônio Delfim Netto, el «súper-ministro». (26)

La verdad fue que, para hacer crecer la economía, era necesario estimular el aumento en los ahorros internos; una medida en la que prevalece el concepto de que no se deberían adoptar políticas de distribución de los ingresos, pues, en su lógica, las clases de mayor renta ahorraban más que las de baja renta. De esta manera, según la teoría, si los ingresos fuesen direccionados a los más pobres, los ahorros internos caerían (basado en el principio de que la propensión para consumir es mayor en las clases de renta más baja).

La mala distribución
Brasil es uno de los países de renta más concentrada en el mundo. En su pasado esto se explicaba fácilmente al tomarse en cuenta la propia estructura plutocrática de su imperio y sistema colonial, bien divididos en estratos sociales. Sin embargo, ¿cómo se daría esta concentración en un pasado no muy distante, en que el país ya había (mal o bien) desarrollado su propio sistema capitalista?

Uno puede reflexionarlo, basado en teóricos como Sérgio Buarque de Holanda (Raízes do Brasil), considerando la prevalencia de residuos elitistas de dicho pasado —como las regalías de las clases abastadas, reivindicadas por algunos individuos. Esto se percata en la proyección idealizada por las clases medias, de mirar a los empleos públicos como prebendas. Esta no sólo es posible cuando los altos sueldos de los tecnoburócratas son incompatibles con relación a los sueldos base, pero, principalmente, cuando las ganancias de los capitalistas son muchísimo más elevadas en comparación al salario mínimo del país.(27)
Tal paradoja es característica propia de una sociedad dual, subdesarrollada e industrializada (Bresser, p.89). Para que uno de estos sectores pueda desarrollarse y que el otro, a la vez, sea «arcaico», hace falta una clase media que reproduzca los patrones de consumo del centro (Europa) y, por supuesto, del factor político a su favor. Las clases medias tienen más poder sobre el Estado (voz) que las clases trabajadoras; tienen más poder incluso sobre los partidos de izquierda mismos, que apoyan la existencia de universidades estatales gratuitas que, en la realidad brasileña, atienden generalmente a las clases alta y media alta, mientras que las universidades privadas atienden a las clases media baja y algunas familias de trabajadores que logran ascender socialmente (Bresser, p.89).

El proceso de concentración de renta en Brasil no ha cambiado a lo largo de décadas. Entre los años 1960 y 1980, esta crece aún más en el país: —El 50% más pobre, que en 1960 controlaba el 17,4% de la renta per cápita, pasa a controlar sólo el 12% en 1980.

En la economía brasileña, son los trabajadores los que hacen frente a la carga del subdesarrollo, mientras que los tecnoburócratas y capitalistas aumentan sistemáticamente su consumo de bienes de lujo y mantienen estancadas las tasas de inversiones productivas. Esto significa que las fuerzas productivas en Brasil siguen siendo tomadas —casi o exclusivamente— como mercancías (dada la increíble disputa por una plaza de trabajo), y, por lo tanto, su precio corresponde al nivel mínimo de subsistencia para el trabajador. Además, como consecuencia del sindicalismo debilitado por dos procesos dictatoriales, se pudo controlar, no solo ideológicamente, pero con violencia y repersecuciones también, las posibilidades que el trabajador pudiera invertir esta realidad.

Los años 80: Crisis económica y colapso del sistema tecnoburocrático
Después de un largo período de crecimiento, la economía brasileña cae en un profundo período de crisis, caracterizado por estancamiento y altas tasas de inflación. Su renta per-cápita, por ejemplo, no cambiaría desde 1980 a sus 15 años subsiguientes. La crisis de los años 80 fue la peor desde que el país se ha independizado, en 1822, ¡Peor aún que la crisis de los años 1930! (Bresser, p.165).

La crisis brasileña de los años 80 asume dos características, que son la crisis fiscal del Estado y de su modelo de intervención —El modelo sustitutivo de importaciones, en su última fase. Ésta es la característica fundamental de la crisis del Estado brasileño. La industrialización brasileña, desde los años 30, ocurrió a través de políticas deliberadas de protección, por parte del Estado, contra la concurrencia extranjera, a la vez que el Estado, dada la capacidad de realizar ahorros forzados, invertía en los sectores estratégicos de la economía, como los de energía eléctrica, petróleo, acero y comunicaciones, por los cuales había escasez de capitales privados (Bresser, p.168)

Las medidas del segundo Plan Nacional de Desarrollo (II PND), en los años 70, intentaron concretar la última fase del proceso de sustitución de importaciones —ya desarrollados desde los años 50—, proveyendo al país de condiciones suficientes para auto-suministrarse, con máquinas y equipos, por ejemplo. Para ello, se buscaron recursos externos (en la época, abundantes y baratos), lo que ha resultado en el desequilibrio en las finanzas del sector público. —La suma de una política externa expansionista, con vistas a dotar el país de amplia capacidad productiva en el sector de bienes de capital, con la elevada liquidez de los mercados financieros internacionales, explica la acumulación inicial de la deuda externa.

Según Bresser Pereira (Bresser, p.167), «hasta el año de 1978 tal modelo económico se comprendía y justificaba, pero se tornaría inconsistente a partir de entonces, no solamente porque la deuda había crecido muchísimo, sino porque cuatro choques externos forzaron al país a ajustar, de forma inmediata, su economía: 1) El segundo choque del petróleo, que ha elevado el valor de las importaciones; 2) La recesión en los EUA, que ha provocado la reducción de las importaciones de productos brasileños; 3) El aumento de las tasas de «intereses nominales», gracias a la inflación de los EUA; 4) El aumento de las tasas de «intereses reales», amén de la política monetarista de ajuste, adoptada por los EUA. Estos dos últimos choques aumentaron el montante de intereses que Brasil debía a sus acreedores».

Se puede afirmar, por lo tanto, que esta crisis es resultado conjunto del crecimiento excesivo y distorsionado del Estado y de su incapacidad auto-administrativa, agravados por violentas políticas restrictivas, impuestas por banqueros internacionales (re-colonialismo), que amenazaban decretar la insolvencia del país, debido a su elevado endeudamiento externo, y a las injerencias en la política económica (practicados entre 1979 y 1980).
La inflación, sin embargo, ya venía aumentando desde de la mitad de los años 70. En el período de la gran crisis, la inflación —de carácter esencialmente inercial— es aumentada a índices que asustan, y que amenazaban explotar en cualquier momento. ¡Las maxi-devaluaciones en la primera mitad de la década fueron los principales factores responsables por la elevación de los índices inflacionarios de un promedio de 100% al año, para el 200% al año! ¡Después de fracasado el «Plano Cruzado», en 1986, se pasa a medir la inflación mensualmente, y no más al año! (Bresser, p. 165).

Las etapas de la crisis
En la primera fase, entre 1981 y 1983, el Estado brasileño se esfuerza para ajustarse a las imposiciones externas, demandadas por los bancos.

En su segunda etapa, que va de 1984 a 1986, gracias a una devaluación cambiaria, se equilibra la balanza comercial. A este momento, las tasas de crecimiento vuelven y, basadas en el aumento del consumo, algunos economistas creyeron haberse superado la crisis.

En 1987, sin embargo, debido al fracaso del «Plan Cruzado» y la moratoria de la deuda externa, la crisis económica vuelve a manifestarse.

En 1989 la economía se recupera brevemente, con un crecimiento de matices populistas, que, sin embargo, va a terminar en 1990, luego de otro episodio de hiperinflación (Bresser, p.165).

Conclusión
La economía brasileña va a sufrir innumerables modificaciones e injerencias —incluso con cambios de moneda— en los 20 años posteriores a la gran crisis de los años 1980 (llamada «la década perdida»).  Se podría seguir describiendo las enormes contradicciones del sistema económico brasileño, ¡sus desigualdades sociales, paradójicas en medio de tamaña abundancia! Pero es bastante oportuno terminarlo en uno de los momentos más críticos de la historia de Brasil, para que se pueda reflexionar mejor su sociedad durante las décadas siguientes y, asimismo, comprender lo que ha representado la asunción de Lula a la presidencia de la república.

Como se ha demostrado, el caso brasileño —a pesar de sus particularidades—, no se distingue del proceso de subdesarrollo industrializante y dependiente que caracteriza toda Latinoamérica, teniendo, también, a sus élites seculares como francas beneficiarias. Estas últimas, sin engaño, son las grandes responsables de la posición subalterna del continente en el concierto de las naciones.

Como de costumbre, las amplias masas humanas no han participado de los procesos de transformación política y, a su vez, económica, a que tanto se les atribuye por el derroche financiero de la nación. Si para los economistas más conservadores la culpa de que el país hubiera fracasado está en la propia cultura económica «equivocada» de su pueblo, tampoco se justificaría en el talante parásito de las élites locales, con sus privilegios y sueldos altísimos, casi generalmente aceptado.

Este breve resumen histórico de la economía brasileña parece demostrar que las élites no han doblegado a los verdugos solamente por «necesidad». Han deseado también hipotecar la realidad social y las necesidades fundamentales del país, obedeciendo a banqueros como sus tutores políticos ajenos.

Y, como en las tesis científicas totalizadoras (del siglo XIX, hasta mitad del siglo XX), se quiso implementar una eugenesia monetaria en el país, a la vez que los rasgos típicos del imperialismo ganaban cuerpo y vida autónoma, hasta el punto de aceptarse, sin graves resistencias, la intervención directa del capital multinacional sobre los devenires del pueblo.

La realidad brasileña ha cambiado mucho a lo largo de las dos últimas décadas, pero, sin embargo, existen residuos de una economía dependiente, volcada a los intereses del capital multinacional —que trae empresas al país a cambio de bajos sueldos y exención de impuestos.
Sin existir reglas claras, el juego (del liberalismo) va a ganar invariablemente, estando siempre del lado de quienes puedan beneficiarse más, a cambio de ganancias y beneficios mutuos entre las clases dirigentes y el capital «inversionista».

Es decir, para huir de la condición contradictoria de subdesarrollo industrializado, todavía falta tumbarse un sinnúmero de barreras, y una de ellas es combatir a las condiciones precarias de la fuerza de trabajo —a que aún se considera como una mercancía. ¡La economía, para tanto, debe estar en el trasfondo de los eventos sociales, y no al contrario, como defienden los economistas ortodoxos!


Notas:
(1) (…) Tanto para el «moderno» como para el «antiguo» colonialismo (en los términos de dominación imperialista), siempre se ha negligenciado la integración nacional de las economías dependientes.  Los objetivos manifiestos y latentes se direccionaron a las ganancias líquidas; es decir, a la transferencia del excedente  económico de las economías satélites para los países hegemónicos (Florestan Fernandes, p. 17).
(2) Simultáneamente al proceso de industrialización, y con la búsqueda de mano de obra en los grandes centros urbanos, se percibe un movimiento de conurbación y el surgimiento de villas miseria, favelas y sus congéneres.
(3) Es decir, se conservan rasgos traídos de Portugal, como la «autosuficiencia», poder absoluto del señor, sistema de agregados e ideología aristocrática.
(4) El comercio especulativo a largas distancias era una fuente bastante rentable para las élites locales. Los imperialistas europeos/estadounidenses compraban las mercancías en Brasil, vendiendo en lugares distantes, pudiendo así especular los precios como mejor les convenía (Bresser, p.36).
(5) El Estado necesitaba crear nueva infra-estructura para recibir estas personas, y el proyecto imperialista (inglés, principalmente) empezaba a consolidarse. Desde más de cincuenta años antes de su abolición, los ingleses ya venían imponiéndose a las oligarquías brasileñas para derogarse la práctica del esclavismo, alegando motivos diversos, pero, en resumen, por la simple cuestión de que un esclavo no era consumidor. Los ex-esclavos ganaron su libertad; sin embargo, quedaron marginados y sin posibilidades dignas de trabajo. Hoy día esto se refleja en el carácter estratificado de la sociedad brasileña, así como en los contrastes inmorales del mercado de trabajo en el país.
(6) Aparentemente la situación de las cosechas era próspera: Los altos precios del café permitían largos intereses. —Prometían, no más, porque efectivamente no se vendía o exportaba más que parte de la producción. Lo restante se retenía en galpones, a la espera de una oportunidad de alta en los precios que nunca llegara. Lo peor es que, luego de algunos años de funcionamiento del plan, no había más como salir de la situación precaria y artificial que se había creado.  Es en la base de los precios altos que se había convertido la deuda de las cosechas. Era necesario, pues, mantenerlos. Y esto va a tornarse cada vez más difícil, exigiendo retenciones que aumentaban año tras año, y, por lo tanto, nuevas deudas para el financiamiento de una producción que no se vendía (Prado Junior, p.235).
(7) Los años 30 trajeron a Brasil una suerte de cambio político. La revolución de 1930 fue fruto de las disputas entre oligarquías regionales, que hasta entonces se cambiaban mutuamente de un mandatario de Sao Paulo por otro de Minas Gerais, y así sucesivamente (la república del café con leche). En realidad se nombró revolución no por haber amenazado a los intereses de las oligarquías en general, sino por representar una ruptura con el arcaísmo agro-exportador en Brasil, que hasta entonces no creía que los intereses de nadie más que los suyos podrían generar cambios políticos en el país. Es decir, dicha revolución invierte pesadamente en la industrialización nacional, empezando la marcha con la sustitución de importaciones y la descubierta de combustibles fósiles en suelo nacional.  
(8) Para Celso Furtado (Bresser, p.51), fueron dos los principales factores para la industrialización brasileña: La elevación de los precios de los productos importados y el mantenimiento de la demanda agregada interna (el Estado compra y quema el café), manteniendo empleos y asegurando la estabilidad de la industria nacional.
(9) A pesar de todo, la revolución industrial ocurre en Brasil, principalmente a partir de 1930. Anteriormente la industrialización tuvo su importancia; sin embargo, fue marginal, no solamente porque su grado de integración inter-industrial era muy pequeño, sino también porque el dominio político estaba en las manos de la oligarquía cafetera. La revolución industrial brasileña se hizo por inmigrantes y sus descendientes, y no por la oligarquía agro-exportadora mercantil, mucho menos por el capital extranjero. Éste, en el área industrial, sólo vino a instalarse en Brasil mucho más tarde, a partir de 1950 (Bresser Pereira, p. 41).
(10) Los años de la posguerra enmarcan el nuevo imperialismo, que se inserta «suavemente» con empresas corporativas estadounidenses y europeas, con la propuesta deseada por la burguesía nacional, de crecimiento auto sostenible y consciente de la economía (Florestan, p. 21, 22).
(11) El «subdesarrollo industrializado» se caracteriza por la existencia de dos sectores: Uno monopolista y Estatal —en en el cual se ubican las grandes empresas y el Estado, cuya tecnología es moderna y sofisticada, y los mercados son oligopólicos—; y otro, un sector competitivo, construido por pequeñas y medianas empresas capitalistas, por los restos de la economía de autoconsumo, y por las poblaciones urbanas marginadas, generalmente auto o sub-empleadas (Bresser,  p.73).
(12) Entre las décadas de 1930 y 1960, con la asunción de Getulio Vargas al poder, se instaura el Estado populista en Brasil. El gobierno se convierte en un pacto entre clases, en que participan los sectores no exportadores de la vieja oligarquía, la emergente burguesía industrial, las capas medias tecnoburocráticas y, asimismo, como socios minoritarios, los trabajadores urbanos. Las políticas del Estado asumen un carácter visiblemente industrializador. La siderúrgica de Volta Redonda (Río de Janeiro) se funda en la mitad de los años 40; sin embargo, solamente en los años 50 el Banco Nacional de Desarrollo Económico (BNDE), la PETROBRÁS y la Companía Energética do Estado de Sao Paulo (CESP), y las demás siderúrgicas, empiezan a instalarse (Bresser, p.64).
(13) ¡Esta paradoja se hace presente cuando el mercado exige del empleado un nivel de conocimiento técnico fundamental que el Estado mismo no es capaz de darle! La paradoja se establece, asimismo, a la vez que, al calificarse, el sujeto no tiene garantías.
(14) Sectores conservadores del ejército intentaron impedir que Jango asumiera la presidencia. Los antiguos coroneles lanzaron un memorial condenando la actuación de Jango como Ministro del Trabajo. (Éstos se enojaban con el aumento salarial decretado por el ministro.) Los generales, en aquel año de 1961, querían impedir que asumiera el vice de Jânio, considerado sustituto constitucional del renunciante.
(15) IPES: Instituto de Pesquisa e Estudos Sociais
IBAD: Instituto Brasileiro de Ação Democrática
(16) …a la época en que fue fundado (noviembre de 1961, luego de la renuncia de Jânio y asunción de Goulart a la presidencia), el IPES venía marcado por innegable respetabilidad. Sus propuestas reflejaban el prestigio de los proyectos de la «Alianza para el Progreso», que se desenmascararían en 1962, por el Che Guevara, en la Conferencia de Punta del Este. Al IBAD, estigmatizado desde su principio, competía el «juego sucio» de manipular recursos de fuentes equívocas para financiar campañas de los candidatos conservadores y la «corrupción» de varios calibres. Las evidencias presentadas por Dreifuss consiguen aproximar las dos entidades, lo que la CPI (Comisión Parlamentar de Inquerito) del IBAD ha intentado, en 1963, pero no logró hacerlo (Benevides, 2003).
(17) El «estado de sitio» fue recusado por el Congreso Nacional, que intentaba controlar las innúmeras revueltas violentas, los paros y la inestabilidad social instaurados en Brasil durante el gobierno de Jango.
(18) Algunas de estas manifestaciones fueron el «movimiento de los sargentos», y la «revuelta de los marineros, liderados por el Cabo Anselmo, cuyos participantes fueron amnistiados por el Presidente Jango, constituyendo un quiebre en la jerarquía militar, a la vez que estos no fueron punidos conforme los ritos militares. Los generales se declararon indignados con la amnistía de Jango a los sargentos, y asimismo con la visita del presidente a su reunión, en el Automóvil Club. Para los generales esto fue el colmo para que se defendiera un movimiento que depusiera a João Goulart de la Presidencia de la República, movimiento este que ha resultado en el Golpe de 1964.
(19) El golpe militar de 1964 liquida el Estado populista y se propone a desestatizar la economía. Sin embargo el Estado tecnobucrático – capitalista que se instaura, además de dictatorial, estaba profundamente empeñado en acelerar la acumulación capitalista y garantizar la expansión de las organizaciones públicas y privadas. Para esto sería fundamental profundizar la participación del Estado en la economía.  (Bresser p. 64)
(20) La "fascinante paradoja" fue haber sido, exactamente a partir de las gestiones de Roberto Campos y Octávio Gouvêa de Bulhões (dos ultra liberales, ilustres colaboradores del IPES), el momento en que se lanzaron las bases para la extraordinaria expansión del sector público, "a pesar de toda la retórica liberal y privatista que ha marcado el período". (Benevides, ibídem)
(21) El efecto “anhelado” por el capitalismo hegemónico era prolongar su control sobre las economías regionales (Imperialismo total. Florestan, p. 18) que, en el caso de Brasil, por su elevado grado de liquidez internacional, no consigue autonomía.  Ésta es una de las justificativas de Florestan Fernandes para clasificar como dependiente el capitalismo en las Américas. (Florestan p.28)
(22) Los militares de 1964  nombraron «Revolución Redentora» al golpe político brasileño, que dura desde 1964 hasta 1985, año en que ocurren las primeras elecciones democráticas.
(23) Quizás la economía brasileña sea el caso más típico de subdesarrollo industrializado. Su característica fundamental es aliar altas tasas de crecimiento económico a un fuerte proceso de concentración de renta, sin que esto represente un aumento significativo de la tasa de acumulación de capital: El excedente es utilizado básicamente para la compra de bienes de consumo de lujo por capitalistas y tecnoburócratas (Bresser, p.72).
(24)…Esta alianza sólo va a debilitarse a partir de fines de los años 70, cuando la sociedad civil, frente a la crisis económica, empieza a librarse de la tutela tecnoburocrático-militar. La burguesía misma, beneficiaria de dicha tutela, empieza a cuestionarla, dando comienzo al proceso de apertura política (Bresser Pereira, p. 72)
(25) Se dice que el Estado es tecnoburocrático-capitalista porque expresa la alianza entre las clases burguesas con la tecnoburocracia emergente.  Ésta, en su fracción estatal y en particular militar, asume el papel de clase dirigente. La burguesía es tutelada por la tecnoburocracia en el plan político. En el plan económico, sin embargo, esta última, aunque satisfaga sus propios intereses en forma de altos sueldos y poder, satisface principalmente a los intereses de acumulación de capital de la burguesía (Bresser, p. 64/65).
(26) El milagro, de 1968 a 1973, fue un proceso de sobreacumulación, anclada en el endeudamiento externo. La crisis del petróleo, con la multiplicación de su precio, acelera el proceso de endeudamiento externo del país y sus tasas de inflación, a la vez que lleva al Estado a tomar una serie de medidas de carácter monetario para contener la demanda agregada (Bresser, p.120).
(27) La informalidad laboral existente en Brasil, los privilegios interminables concedidos a los empleadores, la ausencia de garantías para la gran mayoría de la población, así como sus sueldos bajísimos, tornan inerte el sueño de movilidad social para la gran mayoría de los brasileños. Por lo tanto, la garantía de estabilidad, y los derechos fundamentales —concedidos por un empleo público en Brasil— es vista básicamente como un premio.


Bibliografía
  • Benevides, Maria Victoria. 64, Um golpe de classes? (Sobre um livro de René Dreifuss). In: Lua Nova Nº 58, 2003. Disponible en: http://www.scielo.br/pdf/ln/n58/a12n58.pdf
  • Fernandes, Florestan. Capitalismo dependente e as classes sociais na América Latina. Ed. Zahar Editores, Rio de Janeiro, 1975.
  • Fernandes, Florestan. Mudanças Sociais no Brasil. Ed. DIFEL, Rio de Janeiro, 1979.
  • Guimarães, Alberto Passos. Quatro séculos de Latifúndio. Ed. Paz e Terra, Rio de Janeiro, 1968.
  • Holanda, Sérgio Buarque de. Raízes do Brasil. Ed. Companhia das Letras, São Paulo, 1999.
  • Junior, Caio Prado. História Econômica do Brasil. Ed. Brasiliense, São Paulo, 1974.
  • Peláez, Carlos Manuel. História Econômica do Brasil: Um Elo entre a Teoria e a Realidade. Ed. Atlas, São Paulo, 1979.
  • Pereira, Luiz Carlos Bresser. Economia Brasileira, uma Introdução Crítica. Ed. Editora 34, São Paulo, 1998.

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