Ernesto Sábato “Antes del fin”

Ángel Lombardi

a Lilia

Necesidad de absoluto a través de un Dios enmascarado y un reconocimiento del otro a través de una mística del sufrimiento, optimismo trágico el de Ernesto Sábato, que sufre en silencio, el temor a los seres humanos, y que convierte en terribles ficciones, angustia y tragedia sin renunciar ni a la utopía ni a la esperanza. Nihilismo del siglo XX, que nos derrota pero que al mismo tiempo nos permite vivir, podemos repetir con Pessoa: “Seré siempre el que esperó a que le obviaran la puerta, junto a un muro sin puerta”.

Toda infancia es un paraíso perdido y la juventud termina siendo un naufragio, “inocentes sueños” de un mundo simple y maniqueo. “La dura realidad es una desoladora confusión de hermosos ideales y torpes realizaciones, pero siempre habrá algunos empecinados, héroes, santos y artistas, que en sus vidas y en sus obras alcanzan pedazos del absoluto, que nos ayudan a soportar las inconvenientes relatividades.

Aprendiz de Prometeo, Ernesto Sábato se hace científico en los laboratorios Curie de París y con su doctorado en física, cree acceder a la perfección de las esferas y de la música. Pero su destino era otro apenas entrevisto en la clase de su admirado Pedro Henríquez Ureña “testigo insobornable” que muy tempranamente le ayudó a entrever las puertas del infierno y del paraíso, a través de la literatura “donde termina la gramática comienza el gran arte”, y la literatura siempre comienza siendo lectura, en el caso de Sábato, es Verne y Salgari, Schiller, Chateaubriand, Goethe, Rousseau, Ibsen, Strimberg, Dostoievski, Tolstoi, Chejov, Gogol, Poe, Wilde, Chesterton, El Cid, y el “entrañable andariego de la Mancha”. Leo, luego existo, escribo y perezco, parece decir este escritor atormentado en su precario alemán, “Warum diere dumkírien ahungen, mein ferz” (Porqué estos negros presagios, oh corazón), Sábato, como hijo del siglo XX, no puede evadir el compromiso político, en esta centuria desalmada de grandes guerras y mayores injusticias. El anarquismo y el socialismo lo tentó y toda causa noble; se solidarizó con los mártires de Chicago, Sacco y Vanzetti, Sandino. Simpatizó con el Che Guevara y terminó presidiendo la Comisión del Nunca Más, que evidenció toda la bestialidad e impunidad de la dictadura argentina.

El ideario del joven Sábato, militante comunista en esa época, antes de Stalin y antes del Gulag Soviético se sintetiza y expresa muy bien en esta carta/testimonio de Bartolomé Vanzetti.

“Querido hijo mío, he soñado con ustedes día y noche, no sabré si aún seguiré vivo o estaba muerto. Hubiera querido abrazarlos a ti y a tu madre. Perdóname, hijo mío por esta muerte injusta que tan pronto te deja sin padre. Hoy podrán asesinarnos, pero no podrán destruir muestras ideas. Ellas quedarán para generaciones futuras, para los jóvenes como tú. Recuerda, hijo mío, la felicidad, que sientes cuando juegas, no la acapares toda para ti. Trata de comprender con humildad al prójimo, ayuda a los débiles, consuela a quienes lloran. Ayuda a los perseguidos, a los oprimidos. Ellos serán tus mejores amigos. Adiós esposa mía. Hijo mío. Camaradas” (Bartolomé Vanzetti).

Sábato, militante de la utopía, lo será hasta el final y ello va más allá de su credo comunista o anarquista, en algún momento ambas ideologías se secarán de tanto exprimir mentiras y violencias.

Dice Sábato: “Quizás, por mi formación anarquista he sido siempre una especie de francotirador solitario, perteneciendo a esa clase de escritores que, como señaló Camus, “Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicios de quienes la padecen… El escritor debe ser un testigo insobornable de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierde de vista la sacralidad de la persona humana”.

Sábato fue y ha sido hombre de combates intensos y desgarradores; uno de los más duros y decisivos fue resolver el dilema entre ciencia y literatura, imponiéndose esta última, como una liberación y una servidumbre. Desgarrado, el escritor se entrega completo a su arte, es decir a su paraíso y a su infierno: “No hay nadie que haya jamás escrito, pintado, esculpido, modelado, constituido, inventado, a no ser para salir de su infierno” (A. Artaud).

De su túnel, Sábato sale publicando El túnel, el único libro que de verdad quiso publicar, un texto terrible, lleno de humanidad y habitado, al mismo tiempo, por Dios y por el Diablo. Con Baudelaire, Sábato puede exclamar: ¡Oh, Señor! ¡Dadme la fuerza y el coraje de / contemplar sin asco mi cuerpo y mi corazón! “Aunque terrible es comprenderlo, la vida se hace en borrador; y no nos es dado corregir sus páginas”.

Entre el ser y la historia, el escritor padece la “deshumanización de la humanidad” que ha sufrido nuestra época, con la desacralización de todo y el abandono de toda esperanza, en una retórica de progreso y empobrecimiento. “Un pueblo muere de hambre, en campos no laborados” (Shelley). En esta época, cuando “los valores ya no valen”, según el decir del alucinado Nietzsche, el horror y el miedo han pasado a formar parte del paisaje habitual del hombre contemporáneo, tal como lo expresan los alucinados y enloquecidos personajes de Munch.

Sábato es un existencialista, si cabe alguna etiqueta, viene de la solidaridad y al mismo tiempo del temor frente a esa “desventurada muchedumbre”, el animal más peligroso de la tierra, repitiendo a Strimberg.

“No detesto a los hombre, tengo miedo de ellos” y, a pesar de todo, no le abandona la piedad frente al hombre desdichado, carente y atemorizado siempre pero que no renuncia a su necesidad de absoluto. Como dice un personaje de Virginia Wolf: “¿Con qué nombre tenemos que llamar a la muerte? ¿Cuál es la frase para el amor? No lo sé. Necesito un lenguaje elemental como el de los amantes, palabras como las que usan los niños”.

La angustia de contemporaneidad acosa y acompaña a Sábato, con su “mundo roto”; su inhumanidad cultivada y la muerte del hombre y de la idea del hombre (E. Weisel), en los campos de exterminio y en el “Gulag” soviético así como en tantos países de todo el mundo que asumieron el terrorismo como política de estado o como método de lucha.

Los “sueños de la razón engendran monstruos”, profetizó Goya, y agrega Sábato: “Probablemente nunca comprenderemos del todo lo que nos quiso decir Kafka, que expresó, en una de las obras más reveladoras y profundas del siglo XX, el desconcierto y el desamparo del hombre contemporáneo en un universo duro y enigmático. La caída del hombre en una realidad donde la burocracia y el poder han tomado el espacio de la metafísica y de los dioses. Extraviado en un mundo de túneles y pasillos, atajos y bifurcaciones, entre paisajes turbios y oscuros rincones, el hombre tiembla ante la imposibilidad de toda meta y el fracaso de todo encuentro.

El “dolor rompe el tiempo” y sólo en la eternidad el hombre vuelve a encontrarse a sí mismo en Dios, la “eternidad ni futura ni pasada, según el decir, llena de angustia. Debilidad e impotencia marcan el acoso del ser humano en una vejez desventurada, plena de soledumbre y que sólo la piedad de Dios y la torpe sabiduría humana hacen tolerable. Falsa edad dorada, toda vejez es una enfermedad, según el decir de mi padre, y que, llena de memoria y añoranzas, se diluye en el silencio infinito de los días sin hora ni trabajo. Vejez, enfermedad y muerte van juntas, como en su momento lo descubrió con estupor el joven Sidharta, y Sábato lo sabe a sus 88 años y como a Onetti, lo invitan inclemente, la lluvia, una tumba y el olvido, al mismo tiempo que sueña con la rosa de Coleridge en el paraíso, la justicia en la tierra y el absoluto, que lo redima.

1 comentario:

  1. Lo sublime de todo, después de todo, es haber hecho lo que quisiste hacer, a pesar de los prejuicios. Vivir bastante nunca es demasiado si has hecho bastante, pero no suficiente; aunque hayas vivido cien años. Ir de lo que eres al encuentro del Absoluto es y será siempre una aventura, incierta pero fascinante, llena de sorpresas, y, a veces repetitiva.
    La Eternidad. ¿Será acaso feliz encuentro?

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